domingo, 23 de octubre de 2011

Talking To The Moon.

Ha pasado mucho tiempo, demasiado diría yo, desde el primer día en el que la luna y yo tuvimos nuestra primera conversación sobre ti...
Aún recuerdo esa primera vez. Estábamos ella y yo a solas, sin nadie que nos molestara y con el perfecto sonido del romper de las olas del mar a nuestras espaldas. Le confesé que estaba enamorada, pero esta vez era de verdad, no como la otras veces en las que pude pensar que si pero al final del todo solo descubrí que era un simple digamos "encariñamiento" pasajero. Pero no, esta vez era de verdad, no era una simple ilusión parecida a los finales de cuentos de Disney en el que siempre se encontraba a su príncipe azul y después todo era un camino de color de rosa, no, esta vez era algo tan real, tan palpable como el mismísimo aliento al respirar.
Le conté a mi querida luna quien era esa persona, se la describí tan perfecta que parecía providente del mismo cielo de los Dioses junto al grandioso Zeus y su hermosísima Atenea. Hasta tal punto que la luna tuvo envidia del regalo tan especial que había descubierto.
Pasaron los días, pasaron las semanas, hasta incluso pasaron los meses y no había sucedido nada. Él seguía siendo algo inalcanzable y cada vez mi corazón lo veía más y más lejos.
Cierta noche de soledad la luna bajó y me preguntó porqué estaba así de triste. Yo le respondí que era debido a él, que lo veía cada vez más lejos de mi lado y que nunca sería mío. Y ella me replicó  que no fuera boba, que no me rindiera tan fácilmente, porque detrás de un gran camino, detrás de un gran esfuerzo siempre se esconde una gran recompensa que algún día podría obtener, pero solo si seguía adelante levantándome tras cada caída del camino. Y tras esa palabras tan llenas de experiencia desapareció entre las nubes y yo me quedé recordando esas últimas palabras que ella me había dicho haciéndome ver lo que tenía que hacer.
Solo tuvieron que pasar varios días para que todo ocurriera.
Todo sucedió como si de una película americana se tratase. Pero al fin y al cabo lo que importa no fue el cómo, aunque si importa, lo que realmente importa en todo esto fue el cuándo y con quién.
Yo tuve suerte, fue un maravilloso 24 de agosto con la persona que más quería, quiero y querré en esta vida. ÉL.

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