Hay días en los que por algún casual una nueva emoción aparece pero tras un momento ella se desvanece por el horizonte.
Hay días en los que queremos explotar pero tras el transcurso del día nos olvidamos de nuestros deseos y seguimos en el mismo constante y gris mundo.
Y existen momentos a lo largo de nuestras vidas en los cuales no sabemos si somos la cara o la cruz de la moneda, o a lo mejor somos el canto; nadie lo sabe, ni incluso el que se encuentra allí arriba lo sabe.
Intentamos ser personas que en realidad no somos; o tal vez queremos ocultarlas por miedo al rechazo o miedo de no aceptarnos a nosotros mismos.
Son tantas emociones juntas en un mismo segundo que nuestro corazón deja de latir durante un instante, nuestras pupilas se dilatan, nuestra respiración se entrecorta y se nos eriza el bello. El tiempo se para, parece como si nos quisiera dar una nueva oportunidad pero no somos capaces de cogerla, estamos inmóviles ante esta situación.
Y de repente aparece un arcoíris lleno de color y vitalidad delante nuestra. Y ves tu vida pasar en un solo instante. Quieres tocarlo, agarrarlo fuerte para que no se escape una vez más, pero desaparece tras una brisa gélida y un anticipo de lluvia. Todo se vuelve gris. Otra vez.
Vives igual que el arcoíris. A la espera de un rayo de sol que ilumine tu vida tras una tarde oscura y fría. Deseosa de mostrar todo tu encanto aunque sea solo un instante en el que se junten la oportunidad de tu vida, que parece que quiere asomarse pero no se decide.
Sigues viviendo escondida en aquel lago precioso donde el patito feo dio sus primeros pasos para convertirse en cisne pero en el que ahora solo queda una noche oscura sin fin en el que la tristeza y desilusión viven aguardando el día en el que ese rayo de sol haga su entrada y dé vida de nuevo a ese paraje tan especial.