Era una noche, una noche en el que la luna, brillante y nítida como si una mismísima perla del collar de Audrey Hepburn se hubiera salido y hubiera encontrado un lugar donde todo el mundo pudiera admirarla sin problema alguno, aparecía en mis sueños, tan perfecta que casi pensaba que lo que estaba pasando era realidad y no un simple sueño.
Poco a poco mis dedos casi rozaban la perfecta curva de la luna. Tenía que llegar a ella como fuera, no sabía exactamente el motivo de mi propósito pero era tal la atracción que provocaba sobre mi ella que aunque quisiera no podría dejar de mirarla ni de querer tocarla con mis manos.
Estaba apunto de tocarla cuando de repente todo se volvió borroso, como si fuera el reflejo de la luna en el agua y fuera interrumpido por el golpear de una piedra en ella provocando una perturbación extraña a la par que preciosa; y apareció una imagen reflejada en ese lago el cual había confundido con el cielo infinito...
Era él, era la persona de la cual había estado obsesionada durante días, semanas y, por qué no decirlo, incluso meses.
No comprendía muy bien porqué estaba él reflejado en el agua, porqué estaba ahí quieto, mirándome fijamente con esos ojos verdosos y esa sonrisa tan característica en él. Era algo tan inexplicable que me quedé embelesada mirando esa figura en el agua.
Él empezó a decirme algo, algo que no podía comprender. Él pronunciaba palabras llenas de sentido pero sin sonido alguno. Yo intentaba escucharlas pero cada vez que me acercaba más al agua para poder oírlas más lejos se escuchaba esa suave voz.
Me acercaba más y más, casi tocaba con mi cara la fría agua de la noche.
Me acerqué un poco más, casi podía oírle y de repente me encontraba rodeada de agua, no me lo podía creer, me había caído al agua.
Al mirar a mi alrededor me di cuenta que no era la única que había caído al agua, otras tantas como yo habían pasado exactamente por lo mismo que hacía unos segundos me había pasado ami. Noté una presión sobre mi corazón, no sabía exactamente lo que era aunque intuía lo que podía ser, pero no quise admitirlo.
No quería admitir que era exactamente igual que las otras chicas que había caído al igual que yo. No quería admitir que no era especial, que no había nada que me pudiera hacer destacar sobre las demás. No quería admitir que nunca sería la EXCEPCIÓN de este juego llamado Amor...
Era incapaz de mover los brazos, pero a la vez tampoco quería mover los, ya que me sentía tan cerca de él que no quería desaparecer de ese lugar, aunque eso significara mi final.
Pero de repente una luz apareció de la nada, de la oscuridad y me cegó por completo haciéndome perder la noción del tiempo. Era mi final, estaba segura de ello, porque sino que podría ser entonces...
Me desperté entre sabanas mojadas por la lluvia que había entrado por la ventana que sin darme cuenta había dejado abierta esa misma noche. Giré mi cabeza y divisé una figura en el umbral de mi puerta, entre la oscuridad de la noche y la claridad de la luz de la luna. Era él, la persona de mis sueños. No podía ser me decía a mi misma, no podía ser, estaría en otro sueño. Pero en realidad sí era él, todo esto no era un sueño. Estaba despierta sentada en mi cama y mirándole sin poder creerlo.
No fui capaz de pronunciar palabra alguna, pero eso no fue necesario. Él se acercó despacio pero decidido hacia el lado de la cama en el que me encontraba. Llevaba consigo un papel, un papel escrito, como una carta. Se sentó a mi lado, me cogió de la mano y colocó en ella el papel que traía y con voz dulce pero a la vez ardiente y seductora me susurró al oído...
- Tú eres la única excepción. Eres la única que realmente necesito para vivir...- me cogió de la mano y me besó.
Aún recuerdo esa noche como si hubiera sido ayer y guardo ese papel junto a mi corazón.